viernes, 29 de noviembre de 2013

La Dama de las Tormentas (Parte II)

(Primera parte AQUÍ)

   Estaba al límite de lo que su cuerpo era capaz de resistir, las oleadas de dolor eran cada vez más continuas e intensas, excepto en las piernas, donde no había nada desde hacía ya un rato, ni dolor, ni frío, ni calor… absolutamente nada…

     Sí —pensó—. Lo mejor será morir ahora, sin intentar luchar más, mejor darse por vencido ahora que notar como pierdes poco a poco todo tu ser, mejor que esta amargura…

   El sonido de unos pasos hizo que agudizara su oído y olvidase por completo lo que tenía en la cabeza. Si eran pasos amigos con suerte podría sobrevivir, sino, al menos sería rápido y no tendría que seguir deseando la muerte. 

     Las órdenes del comandante son que rematemos a los que están haciendo esos molestos ruidos primero, y luego, si queda alguno vivo, rematarlo también.
     Deberíamos esperar a que llegue con el general, no me gustaría hacer algo mal... él dijo: "los niños primero"…
     ¿Qué podríamos hacer mal? Si al final todos morirán.
     No lo sé, pero temo mucho más al general Servih que al comandante Phröe… y eso que el comandante es un hombre terrible.
     Por cierto, Thëik… ¿Escuchaste lo de “el pequeño elegido”?
     Sí, por eso los primeros en morir han sido los niños y las niñas, y por eso hay que rematarlos primero.
     ¿Crees que es cierto?
     Debe serlo, lo dijo La Gran Irülah, su don es conocido en todo el mundo. Nunca se equivoca.
     Pero no fue muy precisa…
     No importa.  Esperemos al general, por si acaso…

   Los hombres quedaron en silencio y se marcharon. No estaba muy seguro de haber escuchado con claridad, o si la agonía le hacía creer cosas que no eran ciertas. La Gran Irülah era una vieja amiga y benefactora del Templo de Meeva, tenía el poco común Don de la Adivinación, tan poco común que la mayoría de los que se hacían llamar adivinos no eran más que simples charlatanes, sin embargo, Irülah era una anciana cuyas visiones sobre el futuro se hacían reales y por supuesto, eran precisas, aterradoramente precisas… ¿Cómo podría hablar a alguien de un “pequeño elegido”, sin decir si sería niño o niña? ¡Menos aún si ello llevaba consigo una matanza de inocentes! No, era imposible, Irülah no contaría nada que pudiera provocar semejante crimen en prevención… ¿Tal vez sí? ¿No era la clase de persona que él creía? Ella dijo más de una vez que con la fuerza de voluntad necesaria uno podía dirigir y cambiar su destino… ¿realmente el destino preparó algo así y nadie podía evitarlo? Dejó de pensar en ello, cuanto más trataba de buscar un sentido, más lejos se sentía de la vida, y necesitaba vivir un poco más, sólo un poco más.

     ¿Qué es esto? —preguntó una voz muy grave— Aquí hay aún niños vivos, hay gente viva…
     ¡Rekk, Thëik! ¡Malditos gandules! ¡Venid a rematar a esta escoria! Los niños primero…

   Contuvo la respiración un instante, la segunda voz le resultó familiar, demasiado familiar.

   Los dos hombres llegaron corriendo, hicieron una reverencia y uno de ellos atravesó con su lanza al niño ciego. Cerró los ojos, se le revolvió el estómago, y quiso vomitar, pero ese vano esfuerzo quizás podría acabar con él… uno tras otro, fueron acabando con los pequeños, no tenían la dignidad de ser rápidos ni precisos. El sonido de la madera atravesando la piel y resquebrajando huesos alejaba la piedad que pudiera sentir por las almas de aquellos que no eran para él hombres, sino unos malditos demonios. ¡Por los Dioses! No… hacía mucho que se decía que los dioses les habían castigado, que les habían dado la espalda, y no podía ser de otro modo. No sería posible que si los dioses estuvieran ahí, pendientes de ellos, permitiesen que  se realizara un holocausto en el templo de uno de ellos… menos aún en el de Meeva, la diosa de la vida, del amor, de la salud, de la belleza. ¿Merecía la pena seguir rezando? ¿Tantos fueron los pecados de los hombres antiguos que la diosa del templo consentía aquella aberración en su hogar?


   El hombre de la voz familiar habló de nuevo. [...]

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