lunes, 4 de noviembre de 2013

La pasión prohibida.



Él se deslizó entre sus piernas, ascendiendo despacio mientras recorría con la lengua la parte baja de su vientre. Dibujó un círculo con la lengua alrededor de su ombligo y continuó el ascenso hasta sus abundantes pechos, se detuvo en ellos y se incorporó para observarlos, maravillado. Al levantar la mirada se cruzó con la de ella, por primera vez percibió felicidad en aquellos enormes ojos del color de la miel. Sonreía, él sonrió también.

Ella levantó las manos y presionando ligeramente con las uñas recorrió su espalda desde los hombros a la cintura y un escalofrío le recorrió el cuerpo. Mantuvieron la mirada un instante, desafiantes, dispuesto cada uno en ser el que más placer otorgase al otro. Rozó sus labios con los suyos, primero con suavidad, luego con tanta pasión que se le entrecortaba la respiración. Se hundió poco a poco en ella, que movía sus caderas despacio, recibiéndole con un suspiro.

Podía notar el olor de la madera quemarse en la chimenea, podía percibir el suave aroma a sándalo que desprendían su cabello y su piel, pero por encima de todo eso estaba la fragancia natural de su cuerpo, que provocaba que su interior ardiera con fiereza. Sintió que aquella noche perdería definitivamente la poca cordura que le quedaba. Ella era un pecado mortal y finalmente había sucumbido. No sabía si tarde o temprano se arrepentiría, o si le costaría la vida, en ese momento no importaba, nada importaba, el mundo entero se desmoronaba a su alrededor, pero ese instante era de ellos, la vida había dejado de dar vueltas, ascendía y descendía suavemente como las olas, al ritmo de sus caderas y el bamboleo de sus exuberantes senos.

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