lunes, 25 de noviembre de 2013

La Reina (Parte II)

Si aún no has leído la primera parte, la tienes AQUÍ

[...] Sin embargo, la luz proveniente del hogar dejó ver a alguien que no esperaba.

      Drystan… —consiguió decir ella en un susurro—. ¿Sois vos?
      Sí, mi señora.
      ¿Cómo…
     Querida, prácticamente fui criado por mis tíos en este castillo. Conozco cada uno de los pasajes secretos —él sonrió con aquella boca que podría hacer que sus sentidos se nublasen—. Tenía ganas de hablar con vos, a solas.
    No creo que fuese necesario asustarme —ella se soltó de los reposabrazos y tomó una postura más relajada que duró poco al caer en la cuenta de que estaba en camisón—. Creo que durante el día…
      No, mi reina. Nadie debe saber que nos hemos visto en privado.

   La reina agachó la cabeza y en un gesto rápido cruzó las manos sobre su pecho, sintiendo que debía protegerse y a la vez, procuraba taparse. Él se acercó casi sin hacer ruido. Era tan diferente a su marido, ágil, delgado, fuerte… agradeció que Drystan no pudiese percatarse, dada la tenue iluminación, de que se había sonrojado.

   Cuando llegó a su altura ella levantó la mirada y se cruzó con la de él. Estaba preocupada y sin darse cuenta se mordió el labio, él se agachó y apoyó su rodilla izquierda sobre el suelo. Se mantuvieron largo rato en silencio.

   ¿Cómo pudieron cometer la atrocidad de casar a una mujer tan hermosa como vos con el horrible jorobado que tengo por primo?
      ¿Qué? —un calor indescriptible invadió su rostro—. ¿Cómo podéis decir eso?
   Es la verdad. Sois muy hermosa, Moira. Él es un hombre pequeño, jorobado,  con la mandíbula sobresaliente y deforme.
      Pero…
      No importa, no he venido a eso, tengo algo importante que proponeros.

   Ella se echó hacia atrás y arqueó una ceja, en cierto modo, podía imaginar lo que hacía allí, pero no lo que estaba a punto de pedirle. Él se aclaró la garganta y titubeó unos instantes, puso su mano izquierda sobre el muslo de la mujer y la miró de reojo.

      Deseo que tengáis un hijo conmigo.

   Moira abrió exageradamente sus ojos marrones y acto seguido abrió la boca, asombrada por la petición. Tras unos segundos, cerró los ojos, y agitó la cabeza, esperando que al terminar él no estuviese y todo hubiese sido una alucinación o un sueño, pero continuaba a su lado, con rostro suplicante. ¿Un hijo de Drystan? ¡Menuda locura!

      Un hijo…
      Dwyn no puede.
      Lo sé…
     Dejadme preñaros, mi señora. El rey está enfermo y a punto de morir. Si no deja herederos, se iniciará una guerra por la sucesión.
      En lugar de proponerme esto, pedid a vuestro primo que os nombre su heredero tras su muerte.
     Eso sería lo correcto, mi señora, pero ya soy el soberano de las islas del sur, los consejeros de vuestro esposo le han convencido de que su heredero debe ser nuestro primo Ricard. El rey y yo somos los dos últimos herederos varones de nuestra casa. Con su muerte, muere toda la rama de los Lobthon de Deheria. Yo soy el último Lobthon del sur. Ricard es un Demory, y los nobles no estarán de acuerdo con la decisión. Lucharán por poner en el trono a quienes ellos consideren más oportuno. Por eso, mi señora, mi reina, dejadme haceros un hijo. Nadie dudará de vuestra devoción hacia vuestro esposo, y será un verdadero Lobthon.

   Ella subió las manos hasta su boca, y miró al suelo. Durante años había anhelado la idea de tener un hijo, y era algo a lo que había renunciado.

     No puedo hacerle eso a mi rey. Aunque sea por una buena causa, él me ama ciegamente, y yo le tengo un gran aprecio...
      Pero no le amáis.
      No, jamás he podido devolverle el amor tan inmenso que siente hacia mí, pero siento un gran cariño y sobre todo le respeto. Prefiero que su apellido muera con él, y poder sentirme orgullosa de no haberle faltado jamás al respeto.
      El rey es un hombre… digamos... corto de entendederas, y la confianza en vos es un punto a favor de este plan. De vuestra decisión depende la paz, o la guerra.
      Elijo que haya guerra. No sois capaz de entender lo importante que es para mí permanecer fiel a mi esposo... él es corto de entendederas, sí, pero me ama, me respeta, y es un hombre con un gran corazón, más que cabeza, lo sé, pero no me importa, al casarme juré serle fiel, y creedme, lo merece.
      Mi reina... he visto como me miráis siempre que vengo de visita, se reconocer el deseo en vos... es innegable.
      Es innegable que si no estuviese casada tal vez ya me hubiese lanzado a vuestros brazos... pero me mantengo firme en mi decisión, y la respuesta sigue siendo no.

   Drystan se pasó la mano derecha por la cara, ella supo que intentaba buscar nuevas palabras para tratar de convencerla, si insistía sería débil, y no quería serlo. Se puso en pie casi de un salto y señaló hacia el tapiz.

      Por favor… marchaos…

   Él fue quien abrió la boca en esta ocasión, sorprendido. Desde aquel ángulo la curva de la cintura de la reina le resultó aún más hermosa, la forma en que el camisón caía desde sus senos iba a llevarle hasta la locura. Llevaba años solo, y hacía aún más años que envidiaba a su primo por desposarse con aquella mujer. Eda era también una mujer hermosa, pero su cuerpo era más delgado y recto, fue una esposa complaciente, pero siempre se había preguntado cómo sería recorrer aquel cuerpo, centímetro a centímetro.

  [...]

(La historia continúa AQUÍ)

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