lunes, 25 de noviembre de 2013

La Reina (Parte I)



 El viento y la lluvia golpeaban con fuerza el postigo del ventanal de la estancia de la reina. La chimenea estaba encendida y las llamas parecían bailar y reírse del clima exterior. Todos los objetos de la habitación destellaban en tonos cálidos y tenían alargadas sombras tan bailarinas como el fuego.

   La reina se encontraba sentada en una antigua mecedora de madera de nogal un tanto grisácea, cepillando su melena castaña y ondulada con un cepillo que le había regalado en la infancia una gran, y ya difunta amiga, Eda, la cual, después fue soberana del archipiélago sureño Uhn-Nurr. El mango y el contorno eran de plata, la parte trasera de nácar y las cerdas, de jabalí. Cada noche pasaba largo rato acicalando su cabello, antes de irse a dormir, tal y como ella le había recomendado. Aproximadamente, cien veces cada mitad de su abundante cabellera. 

   Se sentía feliz pese a las inclemencias del tiempo y las dificultades económicas por las que estaba pasando el reino. El pueblo era consciente de que hacían todo lo que podían, que ellos también pasaban necesidades y no se habían organizado, de momento, grandes revueltas. Era una mujer sencilla, simplemente estar resguardada, con una cena decente en el cuerpo y un fuego, podía sentirse dichosa.

   Junto a la mecedora había una mesita de la misma madera vieja, dejó el cepillo con delicadeza y tomó un pequeño bote de perfume. También era procedente del sur, pero este regalo era del primo de su esposo y viudo de Eda, el soberano de las islas, Drystan.

   Pese a ser familia cercana de su marido, sólo tenían en común la forma y el color celeste de los ojos, con el iris contorneado en un azul más intenso. También el ensortijado cabello rubio dorado. Su rey había heredado los peores rasgos de la familia paterna, mezclada y remezclada, con matrimonios entre hermanos y hermanas, padres e hijas, abuelos y nietas… desde tiempos inmemoriales, sólo por mantener su casa en el poder. Se estremeció pensando en la esbelta figura de Drystan, en su piel ligeramente dorada heredada de la familia materna originaria Uhn-Nurr. La forma del labio superior del soberano sureño era como la de su marido, pero los de él pedían ser besados sin tan siquiera tener la necesidad de abrir la boca.

   Trató de alejarle de sus pensamientos y dejó caer en la palma de su mano tan sólo dos gotas del aceite esencial de jazmín. Embadurnó con delicadeza sus manos y con un suave masaje frotó las puntas de su pelo y finalmente, la parte trasera de su cuello. Seguramente su estimado rey aún estaría despierto, él adoraba el aroma del jazmín, podría hacerle una visita nocturna, podría alegrarle lo suficiente como para que esa noche no tuviese pesadillas y así poder dormir junto a él.

   El rey Dwyn sufría casi todas las noches terribles pesadillas, hablaba en sueños y se tornaba muy agresivo, tanto que para que ella pudiese descansar sin sobresaltos, acordaron que debían dormir en diferentes cuartos, y siempre que alguno lo deseara, podría visitar al otro antes del descanso. Suspiró despacio y decidió no ir. Definitivamente era tarde y si había conseguido entrar en un plácido sueño, con el ruido de la puerta él despertaría. No, era mejor esperar a la mañana.


   Un extraño ruido dentro de la estancia sobresaltó a la mujer. Provenía de detrás de un enorme tapiz que representaba la victoria de la casa de su esposo en una batalla, bordado a mano durante dos generaciones. Tal vez un ratoncillo había entrado buscando refugiarse de la tormenta. Aunque a lo peor era una rata, los ratones no le daban miedo, sin embargo las ratas le daban tanto pavor como asco. Entornó los ojos  tratando de averiguar de qué se trataba, cuando el ruido pareció más pesado, como si alguien arrastrase algo. El tapiz se agitó ondeante y tras él salió una figura oscura, un hombre quizás… pero… ¿Cómo? Apretó las manos en los reposabrazos del balancín, podría ser un asesino enviado por alguna de las casas nobles que querían que acabase el reinado de su esposo. ¿Habrían dañado a su dulce Dwyn? Si él había muerto entonces ella sería la siguiente. [...] (Continúa la historia AQUÍ)

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