viernes, 1 de noviembre de 2013

Un final, un comienzo.

Yo sabía que todo había terminado.

Hay un momento en el que comprendes que tu vida se ha acabado, que tienes frente a ti los últimos segundos antes de dejar de formar parte de este mundo.

En realidad no sentía miedo, hacía mucho tiempo que me estaba enfrentando a la muerte, podía sentir su aroma en cada rincón. Ella me rondaba y esperaba al momento preciso para atacarme, nublar mis sentidos y arrebatarme la vida, corta, pero intensa. Sí, el miedo había desaparecido, sólo quedaba curiosidad, las enormes ganas de saber lo que había.

Las creencias de mis padres me habían hecho creer en un paraíso para las personas que fueron  buenas. También me hicieron creer en el infierno para todas aquellas personas malvadas que no se arrepentían de sus pecados.

Conocí a personas que creían con fervor en que el alma abandona el cuerpo y simplemente se quedaba rondando a los seres vivos a los que aún se sentía atada.

Tenía al fin a la muerte frente a mí, podía distinguir una figura negra, y aunque no podía ver su rostro sabía que me sonreía, y yo quería que todo terminase. El dolor, la enfermedad, las preocupaciones de mis familiares, el sufrimiento de mi pareja y mis amigos.


Estaba solo en casa, tirado en el suelo, y la sombra negra flotaba despacio, riéndose de mi sufrimiento, y no podía gritarle. Todo lo que tenía que decirle no podía salir de mi cabeza, pero era consciente de que ella lo sabía.

Puta, sabes que no te tengo miedo y lo estás alargando para tratar de hacerme vulnerable, pero tantos años luchando contra ti me han hecho inmune a tu maldita presencia.

Anochecía cuando al fin la sombra descendió del techo. ¿Cuántas horas podía llevar tirado en el suelo? ¿Fueron tal vez minutos? Al principio resultó doloroso, luego mi cuerpo dejó de responder, y parecía que el oxígeno desaparecía y que nada podía llenar mis pulmones destrozados.

Fue cuando escuché abrirse la puerta. ¿Por qué tuviste que tardar tanto maldita zorra? Estoy seguro de que lo tenías calculado, querías que mi novia llegase a casa para prepararme la cena y me viese tirado, agonizando, querías ver aún más sufrimiento, más dolor. Ni siquiera tú imaginabas lo que iba a suceder.

Conseguiste que sintiera temor, pero no por mí, sino por ella. Aún podía ver aunque de forma borrosa todo lo que me rodeaba, pensaba que mi novia se acercaría corriendo y podría ver su rostro desencajado, no era la última imagen que quería tener de ella, y no fue la que tuve. Probablemente incluso moribundo, tratando forzosamente de respirar y arrancar un poco de vida a la muerte, mis ojos miraban interrogantes, perdidos.

-Vaya -dijo la mujer a la que amaba, que siempre había estado a mi lado ¿fingiendo? que yo era importante, sin parecer siquiera conmovida- ya llegó el momento.

Ella suspiró. ¿Era acaso alivio? No, no podía serlo. Se tumbó a mi lado, sin hacer nada, sin tratar de ayudarme, mientras notaba la caricia del dorso su mano sobre mi rostro y descendía por mi cuello para terminar reposando sobre mi pecho.

-Tranquilo, es ahora cuando todo va a comenzar. Soy muy egoísta y te quiero demasiado como para dejarte escapar. No luches, y ve con ella, yo te arrancaré de sus brazos y te traeré de vuelta.

No se si fue el tono calmado de su voz, ni si fue realmente la curiosidad, pero dejé de luchar y me entregué a la muerte, que me miraba con un rostro negro y seco, orgullosa de su victoria. Ya no estaba enfermo, ya no había dolor, no existía el tiempo. Simplemente estaba en algún lugar desconocido, oscuro, donde ni siquiera se propagaba el sonido de mi voz. Podría correr eternamente sin cansarme, o simplemente permanecer sentado en aquel vacío. ¿Eso era todo? ¡Qué gran decepción!

Noté una corriente que me arrastraba, que me hacía retroceder cuando todo lo que quería era avanzar, adentrarme más y más en aquel mundo para tratar de encontrar algo que demostrase cualquiera de las teorías que había escuchado mientras estaba vivo. El dolor regresó, punzante, en cada músculo de mi cuerpo, como si estuviese siendo aplastado por un muro. Podía sentir los espasmos de mi cuerpo chocando contra el suelo, convulsionando. Lo que había sufrido durante años se había concentrado y apuñalaba cada centímetro de mi cuerpo, que parecía romperse, frágil como un cristal bajo el golpe de un martillo.

El aire entró en mi cuerpo, sin límite y me llenaba plenamente por primera vez desde que desarrollé la fibrosis pulmonar. Volví a disfrutar de la sensación de llenar el pecho, esta vez despacio, y al espirar abrí los ojos. El mundo era diferente, los colores eran más vivos pese a ser de noche. Los sonidos eran más intensos, más variados.

Mi novia seguía junto a mí, esta vez, de rodillas, con la boca llena de sangre, de mi sangre. Entonces me percaté del sabor metálico que tenía pegado al paladar, al principio molesto, pero cada vez más agradable y suave. Ví la herida en su muñeca, curándose despacio, y lo comprendí.

Las viejas historias con las que nos asustaban de niños, los mitos realzados por la industria del cine y novelas para adolescentes, eran ciertos. Mi curiosidad se sintió levemente aplacada, no era lo que esperaba, era una opción que jamás tuve en cuenta para después de mi inevitable muerte.

Ella sonreía, satisfecha. ¿Cómo no me di cuenta jamás de lo que era?


-Ahora eres mío de verdad. Para siempre.

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