miércoles, 11 de diciembre de 2013

Gil



   Ya sabes que mi infancia fue dolorosa. Sufría torturado por mí mismo.

   Todos los niños de mi colegio tenían padre y madre. Yo tenía a mi abuela, a mi tía Carmen, a mi tía Isa y a mi tío Fran. Fueron buenos, se esforzaron en hacerme feliz, pero yo no lo podía apreciar, no podía valorar sus esfuerzos. Quería a mi padre y a mi madre por encima de todo y ellos eran insignificantes. ¿Cuánto daño pude hacerles hasta que te conocí en el colegio?

   Eras la niña más bajita de la clase, sigues siendo la chica más bajita del grupo, pero eres sin duda la que tiene el corazón más grande.

   Sufrías, como yo, podía verlo en tus ojazos marrones, pero cuando los demás hablaban sonreías y te hacías querer por todos, sin embargo, ninguno se atrevía a acercarse a ti. A la hora del recreo salías sola y te quedabas ahí, sin compañía. A todos les parecía extraño, les daba miedo que hablases sin nadie al lado y de repente rompieras a llorar. Yo había vivido eso, tenía mis razones y necesitaba saber las tuyas.

   Un día me acerqué a ti y te pregunté, no esperaba que respondieses, pero me miraste a los ojos, supongo que viste en ellos el mismo tipo de dolor… fue entonces cuando te vi por primera vez con el alma en dos, hablaste y hablaste, sin parar, de tu hermano pequeño, Ángel. Un nombre casi oportuno. Me contaste todo acerca de su enfermedad, de su dolor, de su sufrimiento, del tuyo, del de tu otro hermano, Jaime, el mayor de los tres, de cómo tus padres os hacían la vida imposible con la excusa de protegeros, de cómo Jaime lo era todo para ti en casa, pero en el colegio ignoraba tu presencia. Ese día descubrí que tenías un hermano en octavo, el último curso de EGB, nosotros estábamos en sexto.

   Me abriste tu corazón, pero querías algo a cambio. Te secaste las lágrimas y me pareciste la persona más dulce del mundo cuando me dijiste: “Y ahora me tienes que contar cual es la historia que ocultas”. Yo lo sabía de ti al igual que tú de mí… ¿Verdad? Yo también exploté, te conté todo de mis padres, del hombre que les mató, salió mi furia… me abrazaste. Fue cálido, reconfortante, extraño.

“ - Tranquilo, él no tendrá una vida feliz.
  -Quiero matarle.
  -Eso no te devolverá a tus padres.
  -Lo sé pero…
  -Eso te convertiría a ti también en un asesino, Gil. Ahora somos amigos… ¿No? No quiero que mi único amigo sea un asesino, me pondría triste.
  -No… tranquila… yo no dejaré jamás que te sientas triste por mi culpa.
  -Bien.”

   Y sonreíste para mí, yo también sonreí como nunca antes, por primera vez me invadió la calma, por primera vez sentí paz en mi interior.

   Tal vez pudiera darte las gracias, Elena, por todo lo que hiciste con ese abrazo, con esa sonrisa, en veinte idiomas, más alto, o cantando, en susurros… da igual, por mucho que te lo agradezca con palabras, no hay forma de que pueda expresar lo que aquello representó. Cambiaste mi vida. Me ayudaste a disfrutar de la vida, me enseñaste a valorar todo el amor que recibía de la familia que me quedaba, a aceptar su amor y a darles todo lo que nunca pude dar a mis padres.


   Me siento impotente cuando no puedo salvarte, cuando no puedo evitarte sufrimientos innecesarios, cuando la vida no me permite devolverte el favor que me hiciste, los que sigues haciéndome sin saberlo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario