Moira observó
los ojos negros de la cocinera mientras repetía lo que acababa de decir.
—
El rey está embrujado.
La anciana era de
piel oscura con un hermoso brillo dorado, con cabellos blancos recogidos bajo
un pañuelo. Pese a tener una avanzada edad, su piel era tan tersa como la de
una mujer veinte años más joven. En sus gruesos labios había una expresión
seria.
—
No entiendo que quiere decir con que mi marido
está embrujado.
—
He visto al rey nacer. Era un bebé hermoso, de
piel rosada y cabellos como hilos de oro, sus ojos reflejaban el azul de una
hermosa mañana, y fue un niño tan perfecto como su primo hasta que cumplió los
cinco años, cuando poco a poco su boca se fue doblando, su peso disminuyó, y al
crecer su espalda se fue encorvando. Nadie me quiso escuchar nunca, pero de
donde provengo, mi señora, la magia negra es tan común como alimentarse.
La reina se mantuvo
en silencio, pensativa. Sabía que el mundo estaba lleno de magos, unos
dominaban el agua, otros el fuego, la tierra o el aire. Se decía que algunos
magos eran capaces de adivinar el futuro, pero nunca en toda su vida había escuchado
hablar de la magia negra. La vieja se levantó de la silla con las manos
apoyadas sobre los riñones, se acercó a la olla que desprendía un delicioso
aroma a carne estofada con boniatos y setas, introdujo un cucharón, apartó un poco
en un cuenco de madera y lo probó. Hizo un gesto de aprobación y tiró lo que sobraba al cubo donde iban
todos los restos de comida para los animales, luego se volvió hacia la reina
para sentarse nuevamente a su lado.
—
Bien… —dijo Moira interesada—. ¿Qué podría hacer
por Dwyn?
—
Puedo intentar salvarle.
—
¿Cómo?
—
Prepararé un amuleto que debe llevar siempre, y
unos bebedizos que tenéis que darle todas las noches bien
endulzados o no podrá tomarlos. Lo primero que debemos intentar es que el rey
logre recuperar su vigor. Poco a poco, mejorará tanto que parecerá otro hombre.
Los ojos de la
mujer parecían chispear mientras hablaba. La reina no sabía muy bien qué decir,
ella había nacido en una ciudad en la que los magos nunca fueron bien vistos,
donde se consideraba la magia una manifestación demoníaca. Introdujo la mano en
el lado izquierdo de su escote, justo encima del corazón, sacó el pañuelo que
Dwyn le regaló el día de su boda y lo apretó contra su pecho.
—
Pero… ¿Le hará daño?
—
No, mi señora, mejorará su salud y su cuerpo.
Vos también deberíais tomar algo y llevar algún amuleto, para que en cuanto él
se recupere podáis concebir un hijo…
[...]
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