viernes, 6 de diciembre de 2013

La bruja. (Parte I)

   Moira observó los ojos negros de la cocinera mientras repetía lo que acababa de decir.

     El rey está embrujado.

   La anciana era de piel oscura con un hermoso brillo dorado, con cabellos blancos recogidos bajo un pañuelo. Pese a tener una avanzada edad, su piel era tan tersa como la de una mujer veinte años más joven. En sus gruesos labios había una expresión seria.

     No entiendo que quiere decir con que mi marido está embrujado.
     He visto al rey nacer. Era un bebé hermoso, de piel rosada y cabellos como hilos de oro, sus ojos reflejaban el azul de una hermosa mañana, y fue un niño tan perfecto como su primo hasta que cumplió los cinco años, cuando poco a poco su boca se fue doblando, su peso disminuyó, y al crecer su espalda se fue encorvando. Nadie me quiso escuchar nunca, pero de donde provengo, mi señora, la magia negra es tan común como alimentarse.

   La reina se mantuvo en silencio, pensativa. Sabía que el mundo estaba lleno de magos, unos dominaban el agua, otros el fuego, la tierra o el aire. Se decía que algunos magos eran capaces de adivinar el futuro, pero nunca en toda su vida había escuchado hablar de la magia negra. La vieja se levantó de la silla con las manos apoyadas sobre los riñones, se acercó a la olla que desprendía un delicioso aroma a carne estofada con boniatos y setas, introdujo un cucharón, apartó un poco en un cuenco de madera y lo probó. Hizo un gesto de aprobación y tiró lo que sobraba al cubo donde iban todos los restos de comida para los animales, luego se volvió hacia la reina para sentarse nuevamente a su lado.

     Bien… —dijo Moira interesada—. ¿Qué podría hacer por Dwyn?
     Puedo intentar salvarle.
     ¿Cómo?
     Prepararé un amuleto que debe llevar siempre, y unos bebedizos que tenéis que darle todas las noches bien endulzados o no podrá tomarlos. Lo primero que debemos intentar es que el rey logre recuperar su vigor. Poco a poco, mejorará tanto que parecerá otro hombre.

   Los ojos de la mujer parecían chispear mientras hablaba. La reina no sabía muy bien qué decir, ella había nacido en una ciudad en la que los magos nunca fueron bien vistos, donde se consideraba la magia una manifestación demoníaca. Introdujo la mano en el lado izquierdo de su escote, justo encima del corazón, sacó el pañuelo que Dwyn le regaló el día de su boda y lo apretó contra su pecho.

     Pero… ¿Le hará daño?

     No, mi señora, mejorará su salud y su cuerpo. Vos también deberíais tomar algo y llevar algún amuleto, para que en cuanto él se recupere podáis concebir un hijo…

[...]

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