La reina continuó
en silencio, no sabía muy bien qué hacer. Por una parte, sus creencias le pedían
a gritos desde su interior que se olvidase de aquella mujer, pero algo, mucho
más adentro, un sentimiento mucho más desgarrador suplicaba por hacer todo lo
posible por salvarle.
Jugó con el
pañuelo que tenía entre las manos, recordando lo bueno que había sido siempre
con ella, cuanto se había esforzado por verla feliz. No era un hombre guapo,
pero cuando sonreía tenía un brillo en la mirada tan dulce…
—
Su majestad… ¿Quiere salvar la vida del rey?
—
Sí —sentenció pese a sentir miedo—. Quiero
salvar a mi esposo.
La cocinera se
frotó las manos y sonrió, dejando a la vista unos pocos dientes torcidos y
manchados. Moira sintió un escalofrío.
—
Ebele…
—
¿Mi señora?
—
¿Por qué hasta ahora nadie había accedido a
darle vuestros bebedizos al rey?
—
Porque nadie me escuchaba. Los padres de su
majestad jamás creyeron en la existencia de la magia negra. Tal vez, en alguna
de las fiestas que organizaron mientras seguían con vida fue hechizado. A esos
acontecimientos venían los señores de otros reinos aliados… o que ellos creían
que eran aliados. Entre ellos, los soberanos de Ghabuku, mi país, o los de
Bhadadhao, la región colindante a Ghabuku. En todo el continente se practica la
magia negra.
—
Pero… entonces… ¿Por qué no le habéis ayudado
antes?
—
Por miedo —dijo la anciana con el rostro
sombrío—. El antiguo monarca me amenazó de muerte si me veía realizando
hechizos. Tras su muerte, fueron los consejeros de vuestro esposo, que aún era
menor de edad, quienes me amenazaron. Pero ahora le veo, tan débil y enfermo, y
os veo a vos, mi señora, en la edad perfecta para ser madre y todavía esperando
a que llegue el momento… y siento pena.
La mujer de piel
oscura se levantó de nuevo, en esta ocasión, se acercó a un mueble de madera
vieja y agrietada, abrió una de las puertas inferiores y sacó un bote cerrado
que situó en la mesa frente a la joven.
—
Es la infusión de la fertilidad —dijo Ebele
emocionada—. Todas las sirvientas de este castillo la han tomado siempre que
han querido tener hijos. Todos ellos, como sabéis, son niños sanos y fuertes.
Tomad una taza cada día. No os preocupéis por el sabor, no es malo. ¿Recordáis
las infusiones que os servían cada noche durante vuestro primer año de matrimonio?
Era esto. Dejamos de servirla cuando el rey cayó enfermo de gravedad durante
aquel duro invierno.
—
Recuerdo aquel invierno, y recuerdo las tisanas…
—tomó el bote entre sus manos— una taza al día… pero si ya no sirvió en su
momento...
—
Es cierto, mi señora, pero entonces vuestro
esposo estaba degenerando en salud. Ahora comenzará a sentirse mejor por día
que pase. Sé qué clase de magia han utilizado contra él, y sé cómo combatirla.
Confiad en mí.
Moira sonrió con
timidez. Con un poco de suerte, la vida podría irle mucho mejor a su amado rey,
tal vez, no tendría que morir sin heredero. Si los dioses decidían ser
favorables, tampoco habría guerra y poco a poco llegarían días prósperos a toda
la patria. Sin darse cuenta estaba abrazando el bote de hierbas. Se levantó y besó
en la frente a la anciana, que no esperaba aquel gesto.
— Continuad cocinando así de bien, que los dioses os conserven la salud.
— Gr... gracias...
— Continuad cocinando así de bien, que los dioses os conserven la salud.
— Gr... gracias...
Salió de la
cocina y subió las escaleras que le llevaron a la planta principal, donde cruzó
el salón casi bailando con la vasija. Sentía como la felicidad iba entrando en
ella, como si flotase y el mundo fuese un lugar mucho más hermoso. Se dirigió a
la segunda planta, hacia su alcoba. [...]
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