Al llegar, Aideen,
su dama de compañía, estaba limpiando los accesorios del cabello de Moira, sólo
tuvo que mirar de reojo para darse cuenta del estado de ánimo de su señora.
Normalmente esperaba con precaución que la reina le diese la palabra, pero al
ver el recipiente que traía, entornó los ojos, extrañada.
—
Mi señora. ¿Qué es eso?
—
Es la infusión de la felicidad.
—
¿Cómo?
—
¡Claro que no! O sí… —rio—. Es la infusión de
fertilidad de Ebele.
Aideen se acercó
y con un gesto pidió permiso para coger el bote, cuando la reina se lo cedió,
lo abrió con cara de interés, introdujo los dedos y tomó un puñadito de hierbas
que acercó a su nariz, entrecerró los ojos y usó el pulgar para molerlas contra
su índice. Volvió a olfatearlas.
—
Oh, creo que esto es viejo e inefectivo mi señora,
no huele más que a seco. Si me permitís… ¿Realmente es esto lo que queréis?
—
Supongo… ya había llenado mi cabeza de ideas y
sueños…
—
Mi señora, desconozco los ingredientes de la
infusión de Ebele, pero estoy más que segura que nuestro jardinero conoce la
receta que se realiza en nuestras tierras de esta infusión. Es un gran
conocedor de las propiedades de las plantas, seguro que entre su huerto y su
cuartillo tiene herbaje suficiente como para
tenerlo listo en un rato.
Aideen se acercó
a la chimenea y lanzó las hierbas que hicieron estallar una llama intensa y
verdosa, al verlo dibujó una ligera sonrisa de medio lado y se marchó, no sin
antes hacer una profunda reverencia.
Cuando la reina
estuvo sola se situó delante del espejo de pie y observó su vientre plano,
curvó la espalda tratando de sacar algo de tripa y se acarició despacio,
pensando cómo sería la sensación de llevar un hijo dentro. Pronto, muy pronto
lo sabría, había algo que le decía que al fin ese momento iba a llegar. Una
suave vocecilla detrás de ella le hizo sobresaltarse.
—
Oh, Dwyn… ¡Qué susto! —le abrazó.
—
¿Qué hacías?
—
Perder mi tiempo pensando en fantasías.
—
Mi amor… necesito contarte algo importante.
Moira observó
sus ojos, tristes y enrojecidos, enmarcados por unas ojeras cada vez más
profundas.
—
¿Qué sucede?
—
He… he hecho algo… terrible…
—
¿Qué?
—
Yo… necesito sentarme y que te sientes.
Ella tomó a su
esposo de la mano y se dirigieron a la cama, donde se sentó cerca de él, sin
soltar su mano. Acarició su cabello y enredo los dedos de la otra mano en uno
de sus rizos. Él agachó la cabeza entre sollozos.
—
Dwyn… no puede ser tan malo.
—
Lo es.
—
No importa, no pasará nada, estoy aquí contigo
mi amor.
—
No… no podrás perdonarme.
Moira pasó la
mano de su pelo a su rostro acariciando su mejilla.
—
Querida mía… lo primero que debería decirte es
que lo que me llevó a esto fue la desesperación, cuando me di cuenta de lo mal
que estaba, el daño ya estaba hecho.
—
De acuerdo…
—
La noche en que Drystan fue a tu habitación… la
idea fue mía.
—
¿Idea tuya? —con la mano que tenía en su mejilla
le hizo levantar el rostro— ¿Cómo que fue idea tuya?
—
En estos últimos meses mi salud ha sido tan
precaria que tenía miedo de que pudiese sucederte algo con mi muerte. Incluso
un tonto como yo puede ver lo que va a pasar, y me aproveché del amor que
siempre ha sentido Drystan por ti…
—
¿Amor, Drystan? —se sentía tan sorprendida que
no le salían las palabras.
—
Sí… sí… le convencí para tratar de conseguir un
hijo…
Ella le soltó y
se separó un poco de él para poder mirarle a la cara. Podía ver su arrepentimiento.
Se puso en pie de un salto, de buena gana le hubiese gritado y abofeteado, pero
era capaz de comprender lo que había sentido. Se llevó las manos a la cabeza,
caminó por toda la habitación mientras Dwyn no se atrevía a mirarla más que
desde el rabillo del ojo, verdaderamente arrepentido. Moira recordó casi
segundo a segundo, pero acelerado mil veces, lo que sucedió. En su interior se
encontraban los sentimientos. No le pareció justo, pero no sólo para ella, sino
también para Drystan, que también debió sufrir si la amaba. ¿Drystan estaba
enamorado de ella? ¿Desde cuándo? En realidad tampoco le importaba, no cambiaba
nada. Echó su melena hacia un lado y la acarició, indecisa, no sabía muy bien cómo
reaccionar.
—
Dwyn, —dijo la reina acercándose a su marido y
sentándose de nuevo junto a él— debiste hablar en primer lugar conmigo. Como
siempre hemos hablado de todo. Deberías haberme preguntado si estaba dispuesta
y no acorralarme. Aquello fue un momento incómodo…
—
Lo sé —continuaba sollozando— realmente lo
lamento. Entiendo que me odies.
—
No te odio —dijo volviendo a introducir los dedos en su suave cabello—. Te
perdonaré con una condición.
—
¿Cuál? — preguntó sorprendido y los con ojos muy
abiertos.
—
Que serás tú quien intente dejarme embarazada.
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