domingo, 13 de julio de 2014

Historia de Elena I


   La temperatura dentro del avión era más bien elevada. Elena nunca había viajado en clase turista, no estaba tan mal como pensaba, seguramente repetiría. Se encontraba sentada junto a la ventanilla y tenía la cabeza echada hacia atrás, con su larga melena morena sobre un lado. Era un vuelo de Inglaterra a Gibraltar. Sus grandes ojos marrones, casi negros, estaban perdidos, mirando a la nada, sin ver. No se había desabrochado el cinturón en todo el viaje.

   Había intentado dormir durante el vuelo, pero su mente había estado muy ocupada en las casi tres horas que duró el trayecto. No podía dejar de pensar en todo lo que quedaba atrás, su madre, a la que tanto quería, su gran apoyo en los peores momentos de la vida, Tanya su amiga desde la infancia, Elizabeth, su hermana mayor con la que se llevaba tres años, y John, su hermano. Tan sólo tenía un año más que ella. Ellos dos siempre habían estado muy unidos. 

   Desde niña Bess, que es como llamaban a Elizabeth, había sido una persona compleja, muy irascible, incapaz de mostrar sus sentimientos, que prefería estar sola a pasar un sólo minuto en compañía de sus hermanos pequeños. Por más que sus padres se esforzaban en que se abriese y se relacionase con sus hermanos Bess no podía, su rostro se sonrojaba, algunas veces comenzaba a sudar, gritaba y pataleaba, su respiración se aceleraba, incluso alguna vez sufrió taquicardias... al final sólo se calmaba estando en soledad, o con su padre. Nunca quiso ir con ellos en vacaciones, así que Elena y su hermano viajaban con su madre. La única persona del mundo que no causaba terror a Bess era su padre, el cual se quedaba trabajando, así ella permanecía tranquila en Londres.

   Cuando cumplió la mayoría de edad se fue a vivir a un piso, sin compañía, alejada de la familia y nunca quería recibirlos o ir a casa de visita, ni tan siquiera en Navidad. Los primeros años eran sus padres quienes pagaban los gastos, finalmente, con ayuda profesional Bess consiguió acceder a un puesto de trabajo. Algo que pocas personas querrían, pero que para ella era ideal: sin ninguna clase de trato directo con personas. Lo cierto era que se alegraba por su hermana, al menos tenía una vida en la que no se sentía desdichada y eso era suficiente, saber que era feliz de ese modo. Algunas veces habían hablado por teléfono, pero apenas recordaba el tono rojo de su cabello, su cara alargada y pecosa o sus pequeños ojos grises. Esos detalles estaban en sus recuerdos, pero no podría describirla exactamente, era consciente de que si se la encontraba por la calle no la reconocería, sin embargo, sabía que viviendo en la misma ciudad seguía estando lo bastante cerca.

   A quien más echaría de menos sería a John, él era todo lo contrario que Bess, siempre atento, siempre a su lado, dándole su apoyo, pendiente de todo. Algunas veces había llegado a la conclusión de que no podrían haber estado más unidos ni aun siendo mellizos.

   Ella era una niña tranquila, él era alegre y vivaz, siempre la motivaba para hacer una nueva travesura, en casa, en la calle, no importaba, con su imaginación cualquier cosa por pequeña que fuera podía acabar en una gran aventura, ella se dejaba llevar y era capaz de entrar en la misma fantasía, pero sobre todo, bailaban, pasaban horas bailando, hasta que no eran capaces de mover un sólo músculo.

   Siempre que sentía miedo él estaba para protegerla, siempre que le hacían daño tenía su hombro y un fuerte abrazo acompañado de palabras que le daban seguridad y fuerzas. El mejor hermano del mundo. Era a quien más quería, a quien más extrañaría... sin lugar a dudas.

   Se sintió algo nerviosa, con un nudo en el estómago. Realmente lo había hecho, había huido, quizás de una forma cobarde, no lo iba a negar, pero pronto comenzaría una nueva etapa de su vida, y España le encantaba. Sus padres le habían enseñado a amar el país, el idioma, e incluso su propio nombre era español.

   Aun así, había una sensación de vacío en su pecho, un dolor horrible. Había pasado largas noches en vela deseando que su vida fuese diferente, que todo fuese de otra manera, soñaba despierta con ser otra persona para no tener que marcharse y dejarlo todo atrás. Deseaba poder decir todas las cosas que pasaban por su cabeza, todo lo que sentía... pero, sin embargo, no quería hacer daño a nadie, su silencio se convirtió en una tortura, y encontrarse cada día, constantemente, con su realidad para hacer como si nada... sí, se sentía cobarde, actuó como tal, pero así podría callar, sin herir a nadie, empezando por ella misma.

   No se percató de que una lágrima resbalaba por su mejilla, en ese momento se sentía tremendamente sola. No podía hablar con nadie de aquello, ni familia, ni amigos, era como sentir mil cuchillas atravesando su cuerpo. ¿Por qué? No le parecía justo. Algo que podía ser tan natural, tan hermoso, tan sencillo, que podría otorgarle toda la felicidad que necesitaba en el mundo, era lo que más daño le había causado en toda su vida.

   El suave golpe del avión contra la pista de aterrizaje de Gibraltar le devolvió a la realidad. Su ventanilla quedaba en el lado desde el que podía ver el peñón. Lo observó un instante antes de bajar. Le pareció más bonito que nunca.

   Ya había llegado, no pensaba dar marcha atrás. Lejos de la fuente de dolor terminaría el sufrimiento.

   El aeropuerto era pequeño, pero acogedor. Estaba prácticamente vacío, recogió su equipaje que era bastante. Nada más salir encontró a Érika apoyada en una barandilla, con su melena de color fucsia intenso, sus alegres y grandes ojos verdes, la chica extendió los brazos y dio grititos mientras corría hacia ella. Adoraba el carácter de su amiga. Se fundieron en un abrazo mientras buena parte de las maletas del carrito caía al suelo. Olía a sándalo, como siempre. Apretó a su amiga tratando de contener las lágrimas, temblando. Agradecía que ella fuese tan cariñosa y el abrazo se extendiera en el tiempo. Respiró profundamente, tratando de tranquilizar aquel torbellino de emociones que de pronto empezaban a ser contradictorias, mezclando el sufrimiento con la felicidad.

¾  Al fin has llegado. Te he echado de menos, zorra. –Érika tenía un acento canario mezclado con andaluz que sonaba bastante meloso. Pellizcó las mejillas de Elena.– Te noto más delgada. Espero que no estés dejando de comer o tendré que azotarte.
¾   Eso quisieras –sonrió– admítelo.
¾  Claro. –Se encogió de hombros como si fuese cierto.– Vamos a casa, así descansas un poco, porque luego cenaremos fuera, no hay apenas comida en casa. No tengo ganas de cocinar y me da igual si tú tienes o no, simplemente, no cocinarás hoy. Empezarás a trabajar el martes, y yo tengo libre hasta entonces... aún quedan cinco días.
¾  Vale, perfecto. Aunque espero que el lunes me dejes descansar.
¾  Me lo tendré que pensar... guiño un ojo a la vez que le sacaba la lengua– De momento, nos vamos.

   Érika acababa de alquilar una casa que estaba prácticamente sin muebles y que iban a decorar juntas a su gusto, en el cual coincidían, en mayor parte.


   Había involucrado en su “fuga” a la única amiga que tenía en el país, en realidad, era su mejor amiga, incluso más que cualquiera que pudiese tener en Londres. Se conocían desde hacía diez veranos y desde el principio habían congeniado de una forma especial. Cuando le dijo que echaba de menos el calor de Andalucía y que quería mudarse, le dijo que le ayudaría, que a ella también le vendría bien un cambio de aires. Le consiguió un trabajo en el restaurante de sus padres. Decidieron vivir juntas, así  ahorrarían y ambas estarían lejos de sus respectivas familias... aunque a Elena le quedaba todo un poco más lejos... daba igual, ahora todo daba igual. Necesitaba empezar de cero. 

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