La temperatura dentro del avión era más bien
elevada. Elena nunca había viajado en clase turista, no estaba tan mal como
pensaba, seguramente repetiría. Se encontraba sentada junto a la ventanilla y
tenía la cabeza echada hacia atrás, con su larga melena morena sobre un lado.
Era un vuelo de Inglaterra a Gibraltar. Sus grandes ojos marrones, casi negros,
estaban perdidos, mirando a la nada, sin ver. No se había desabrochado el
cinturón en todo el viaje.
Había intentado dormir durante el vuelo,
pero su mente había estado muy ocupada en las casi tres horas que duró el
trayecto. No podía dejar de pensar en todo lo que quedaba atrás, su madre, a la
que tanto quería, su gran apoyo en los peores momentos de la vida, Tanya su
amiga desde la infancia, Elizabeth, su hermana mayor con la que se llevaba tres
años, y John, su hermano. Tan sólo tenía un año más que ella. Ellos dos siempre
habían estado muy unidos.
Desde niña Bess, que es como llamaban a
Elizabeth, había sido una persona compleja, muy irascible, incapaz de mostrar
sus sentimientos, que prefería estar sola a pasar un sólo minuto en compañía de
sus hermanos pequeños. Por más que sus padres se esforzaban en que se abriese y
se relacionase con sus hermanos Bess no podía, su rostro se sonrojaba, algunas
veces comenzaba a sudar, gritaba y pataleaba, su respiración se aceleraba,
incluso alguna vez sufrió taquicardias... al final sólo se calmaba estando en
soledad, o con su padre. Nunca quiso ir con ellos en vacaciones, así que Elena
y su hermano viajaban con su madre. La única persona del mundo que no causaba
terror a Bess era su padre, el cual se quedaba trabajando, así ella permanecía
tranquila en Londres.
Cuando cumplió la mayoría de edad se fue a
vivir a un piso, sin compañía, alejada de la familia y nunca quería recibirlos
o ir a casa de visita, ni tan siquiera en Navidad. Los primeros años eran sus
padres quienes pagaban los gastos, finalmente, con ayuda profesional Bess
consiguió acceder a un puesto de trabajo. Algo que pocas personas querrían,
pero que para ella era ideal: sin ninguna clase de trato directo con personas.
Lo cierto era que se alegraba por su hermana, al menos tenía una vida en la que
no se sentía desdichada y eso era suficiente, saber que era feliz de ese modo.
Algunas veces habían hablado por teléfono, pero apenas recordaba el tono rojo
de su cabello, su cara alargada y pecosa o sus pequeños ojos grises. Esos
detalles estaban en sus recuerdos, pero no podría describirla exactamente, era
consciente de que si se la encontraba por la calle no la reconocería, sin
embargo, sabía que viviendo en la misma ciudad seguía estando lo bastante
cerca.
A quien más echaría de menos sería a John,
él era todo lo contrario que Bess, siempre atento, siempre a su lado, dándole
su apoyo, pendiente de todo. Algunas veces había llegado a la conclusión de que
no podrían haber estado más unidos ni aun siendo mellizos.
Ella era una niña tranquila, él era alegre y
vivaz, siempre la motivaba para hacer una nueva travesura, en casa, en la
calle, no importaba, con su imaginación cualquier cosa por pequeña que fuera
podía acabar en una gran aventura, ella se dejaba llevar y era capaz de entrar
en la misma fantasía, pero sobre todo, bailaban, pasaban horas bailando, hasta
que no eran capaces de mover un sólo músculo.
Siempre que sentía miedo él estaba para
protegerla, siempre que le hacían daño tenía su hombro y un fuerte abrazo
acompañado de palabras que le daban seguridad y fuerzas. El mejor hermano del
mundo. Era a quien más quería, a quien más extrañaría... sin lugar a dudas.
Se sintió algo nerviosa, con un nudo en el
estómago. Realmente lo había hecho, había huido, quizás de una forma cobarde,
no lo iba a negar, pero pronto comenzaría una nueva etapa de su vida, y España
le encantaba. Sus padres le habían enseñado a amar el país, el idioma, e
incluso su propio nombre era español.
Aun así, había una sensación de vacío en su
pecho, un dolor horrible. Había pasado largas noches en vela deseando que su
vida fuese diferente, que todo fuese de otra manera, soñaba despierta con ser
otra persona para no tener que marcharse y dejarlo todo atrás. Deseaba poder
decir todas las cosas que pasaban por su cabeza, todo lo que sentía... pero,
sin embargo, no quería hacer daño a nadie, su silencio se convirtió en una
tortura, y encontrarse cada día, constantemente, con su realidad para hacer
como si nada... sí, se sentía cobarde, actuó como tal, pero así podría callar,
sin herir a nadie, empezando por ella misma.
No se percató de que una lágrima resbalaba
por su mejilla, en ese momento se sentía tremendamente sola. No podía hablar
con nadie de aquello, ni familia, ni amigos, era como sentir mil cuchillas
atravesando su cuerpo. ¿Por qué? No le parecía justo. Algo que podía ser tan
natural, tan hermoso, tan sencillo, que podría otorgarle toda la felicidad que
necesitaba en el mundo, era lo que más daño le había causado en toda su vida.
El suave golpe del avión contra la pista de
aterrizaje de Gibraltar le devolvió a la realidad. Su ventanilla quedaba en el
lado desde el que podía ver el peñón. Lo observó un instante antes de bajar. Le
pareció más bonito que nunca.
Ya había llegado, no pensaba dar marcha
atrás. Lejos de la fuente de dolor terminaría el sufrimiento.
El aeropuerto era pequeño, pero acogedor.
Estaba prácticamente vacío, recogió su equipaje que era bastante. Nada más
salir encontró a Érika apoyada en una barandilla, con su melena de color fucsia
intenso, sus alegres y grandes ojos verdes, la chica extendió los brazos y dio
grititos mientras corría hacia ella. Adoraba el carácter de su amiga. Se
fundieron en un abrazo mientras buena parte de las maletas del carrito caía al
suelo. Olía a sándalo, como siempre. Apretó a su amiga tratando de contener las
lágrimas, temblando. Agradecía que ella fuese tan cariñosa y el abrazo se
extendiera en el tiempo. Respiró profundamente, tratando de tranquilizar aquel
torbellino de emociones que de pronto empezaban a ser contradictorias,
mezclando el sufrimiento con la felicidad.
¾ Al fin has
llegado. Te he echado de menos, zorra. –Érika tenía un acento canario mezclado
con andaluz que sonaba bastante meloso. Pellizcó las mejillas de Elena.– Te
noto más delgada. Espero que no estés dejando de comer o tendré que azotarte.
¾ Eso quisieras –sonrió–
admítelo.
¾ Claro. –Se
encogió de hombros como si fuese cierto.– Vamos a casa, así descansas un poco,
porque luego cenaremos fuera, no hay apenas comida en casa. No tengo ganas de
cocinar y me da igual si tú tienes o no, simplemente, no cocinarás hoy.
Empezarás a trabajar el martes, y yo tengo libre hasta entonces... aún quedan
cinco días.
¾ Vale, perfecto.
Aunque espero que el lunes me dejes descansar.
¾ Me lo tendré que
pensar... –guiño un ojo a la vez que le sacaba la lengua– De momento, nos vamos.
Érika acababa de alquilar una casa que
estaba prácticamente sin muebles y que iban a decorar juntas a su gusto, en el
cual coincidían, en mayor parte.
Había involucrado en su “fuga” a la única
amiga que tenía en el país, en realidad, era su mejor amiga, incluso más que
cualquiera que pudiese tener en Londres. Se conocían desde hacía diez veranos y
desde el principio habían congeniado de una forma especial. Cuando le dijo que
echaba de menos el calor de Andalucía y que quería mudarse, le dijo que le
ayudaría, que a ella también le vendría bien un cambio de aires. Le consiguió
un trabajo en el restaurante de sus padres. Decidieron vivir juntas, así ahorrarían y ambas estarían lejos de sus
respectivas familias... aunque a Elena le quedaba todo un poco más lejos...
daba igual, ahora todo daba igual. Necesitaba empezar de cero.
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