sábado, 30 de noviembre de 2013

La Dama de Las Tormentas (Parte III)

(Si aún no has leído el comienzo de este relato tienes la primera parte AQUÍ y la segunda AQUÍ)


 [...]

     Finalmente, todo ha terminado. Estaba cansado de esta escoria.
     Puedo imaginarlo —el general no parecía realmente interesado.— Fue mucho tiempo.
     Dos largos años ganándome la confianza de todos estos perros sarnosos, para poder acabar con el pequeño elegido y el futuro Gran Mago.
     Ahora que esas dos amenazas han sido eliminadas, serás recompensado.
     Ah sí, mi señor, mi recompensa es lo que me ha mantenido firme. Ja ja ja…

   Aquella risa… claro que la voz era familiar, al igual que esa forma de reír, tan particular y escandalosa. Si Phröe era su apellido, entonces el que él conocía no era real, como tampoco sería real el nombre por el cual le había llamado los dos años que hacía que le conocía: Kivo. Había un paso por encima de todo lo que su cuerpo estaba experimentado, más allá del nauseabundo olor, del dolor y la desesperación, por encima de todo, la traición. Desde el principio sabía que lo era, que alguien estaba detrás de todo, no era posible que se saltaran la seguridad de la ciudad sin una traición de por medio, pero aquello, para él, era mucho peor que todo lo que había experimentado en las últimas horas.

   Kivo había sido su amigo, su confidente, su aprendiz. Tal vez, incluso más que eso, fue como su hermano. Cuando fallecieron su esposa y su hijo, Kivo había estado ahí, dándole consuelo. Había ayudado a salvar a tantas personas de una forma tan entregada… había perdido noches de sueño entre esos a los que ahora llamaba perros sarnosos. ¡Oh, sí! Ese sentimiento que le provocaba estaba muy por encima de su dolor. ¿Cómo podía llegar a hacer algo así?

     Una cosa más… Phröe… —dijo el general.
     Mi señor.
     Aquella maldita bruja dijo que veía tanta sangre en el futuro que no podía darnos detalles… después de tu convivencia con los sacerdotes del templo… ¿Quién, según tu opinión, podría haberse convertido en el Gran Mago?

   Abrió los ojos de golpe, giró un poco la cabeza y le buscó con la mirada, fue en ese instante cuando pudo ver a Kivo… no, a Phröe señalando hacia él.

     Bien —en el tono de voz del general se notaba una cruel felicidad—. Rekk, acaba con el que pudo haber sido y jamás será el gran mago.

   Su mirada se cruzó con la de Rekk, que tropezaba constantemente con restos o se deslizaba con la sangre fresca recién derramada. Al llegar a su lado alzó la lanza y observó su cuerpo. Sabía que estaba decidiendo donde clavarla, o cuantas veces hacerlo. Sí, percibía en su media sonrisa la indecisión. Un solo golpe mortal o una monstruosa agonía. Había tomado una decisión, y en su cara expresaba con claridad que quería verle sufrir.

   La lanza descendió rápido y atravesó su estómago, con un giro lento, tortuoso, que abría su interior. Las pocas fuerzas que le quedaban iban abandonando su cuerpo despacio, pero el recuerdo de toda su vida se cruzó tan deprisa por su mente que apenas tuvo tiempo a saborearla de nuevo. Se detuvieron sus recuerdos en los dos últimos años con aquel ingrato que le engañó y le hizo creer que era uno de ellos. Lentamente, luchando por sobrevivir, sus párpados se  fueron cerrando, sería la última vez que podría ver el mundo y lo que tenía frente a él era la sonrisa negra y podrida de su asesino. Una gota de agua cayó junto a su cara picada de viruela, cayó sobre él reconfortando a su entumecida mano derecha, otra más, reconfortando el ahogo en su pecho, otra más, y otra. ¿Una lluvia curativa? ¿Alguien trataba de curarle? Se sintió agradecido, pero era demasiado tarde.

   Lo último que pudo ver fue el destello de un rayo que lanzó a varios metros de distancia al joven de la lanza. Los sonidos parecían alejarse mientras la oscuridad invadía sus sentidos. Un cálido abrazo hizo que se detuviese en su camino a la penumbra.

     No te rindas —le dijo en la distancia una voz femenina—. Está aquí la Dama de las Tormentas, no te rindas, Reed, acabaré con ellos, sigue vivo cuando vuelva a por ti. ¡Mierda, Reed! ¡No te des por vencido! ¡¡Reed!!


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