miércoles, 6 de noviembre de 2013

La posada de Ehna.



Una bella mujer llegó a la posada, contoneando su hermoso y voluptuoso cuerpo cubierto por un vestido de gasa más propio de una prostituta que de cualquier mujer que deseara que continuasen pensando en ella de forma decente. La cálida luz que entraba por los ventanales de cristales teñidos de amarillo le daba un aspecto dorado, casi etéreo.

Un hombre de cabello largo y blanco, de algo menos de cuarenta años, estaba sentado, como siempre, en la mesa del fondo,  con una jarra de vino dulce para acompañar un trozo de  bollo bañado en miel que había hecho para él Ehna, la posadera.

Su posada era la mejor de la zona, y servía muy bien las bebidas, pero cocinar no era lo que mejor sabía hacer, así que no estaba totalmente seguro de si había sido amable o cruel, ya que era la primera vez que intentaba hacer aquella receta. Por suerte, "eso" podía comerse sin problemas.

En esas fechas, la mayoría de los lugareños se iban a trabajar a la ciudad al otro lado del río, y gran parte de ellos pasaba allí las noches durante la jornada semanal, así que él era uno de los pocos clientes que tenía, y sin duda, el que más dinero había dejado allí, así que la anciana le trataba como a un hijo.

La mujer se acercó a la mesa, con aire alegre y desenfadado, haciendo retumbar sus pasos. Al llegar al lado del hombre de níveo cabello y ojos verdes como la hierba de la primavera, habló con un aire de satisfacción.


-Ya está, tengo las llaves, Rhosen.
-Bien. -respondió con sequedad.
-¡No sé cómo puedo soportar que expreses tanta emoción! ¿Has tenido algún problema? ¿Había muchos enemigos? Espero que no te hayan herido...
-Espero que no te hayan herido, gracias por las llaves. No me interesa cuántos hombres has... lo que sea que hayas hecho con ellos...
-Si lo deseas puedo enseñarte algunos trucos, sin hacerte daño, lo prometo.

Ella le guiñó un ojo, insinuante, la respuesta que recibió fue tan seca como la anterior.

-Déjalo ya, no tengo interés carnal en ti, Layla. Sé que sólo te intereso porque soy el único hombre que has encontrado al que no puedes leer los pensamientos. Te mueres por saber qué pienso de ti. Pero tranquila, pienso en ti lo necesario, ni más ni menos, sólo cuando se requieren tus servicios. No te ofendas, no me interesas en absoluto eres tan… tú...
-Eres cruel. Me desprecias, y eres cruel. 
-Discúlpame, pero no tengo interés en ti más que para que me des las llaves y pagarte por ello.
Ella lanzó con desgana el llavero sobre la mesa, un aro grande y negro con dos llaves colgadas también grandes y negras. Una de ellas, mucho más elaborada que la otra.
-Dos llaves -musitó- sólo dos...
-Con eso no lograrás nada, la llave que abre la cámara del tesoro de Angus, es simplemente magia.
-¿Cómo? -preguntó él extrañado mientras examinaba cuidadosamente las llaves.
-La puerta del tesoro, se necesita un mago de cada elemento por cada cierre. Uno de ellos tiene que prender fuego a una parte, hasta desaparecer, pero antes de destruirse un mago de agua debe apagarlo y llenar de agua unos conductos, luego, un mago de tierra debe mover unas piedras muy pesadas por un laberinto que sólo se mostrará cuando el agua termine de caer, al llegar al final se abre un agujero, en él se debe introducir viento con la fuerza de un huracán, que activará por último el mecanismo final.

Él observó a la mujer con los ojos muy abiertos.
-¿Cómo has averiguado eso? -Vio como en su rostro se dibujaba una sonrisa maliciosa.- Está bien, no quiero saberlo… entonces… ¿No tiene que ser a la vez?
- Ese es el orden, fuego, agua, tierra, aire.
-Imagino que esto es un reto para mi… -sonrió ampliamente- no será tan difícil. 
-Aunque seas el único mago del mundo que domina los cuatro elementos, ese cierre requiere un esfuerzo enorme y una gran concentración por parte del equipo. Necesitas a otros tres y encargarte de un sólo elemento. 
-Me subestimas. Por otra parte, no conozco a ningún mago lo suficientemente poderoso en el que pueda confiar. -Tomó un sorbo de aquel vino tan suave que parecía más bien jugo de pasas.- Tengo que hacerlo yo mismo. 
-Te conozco, Rhosen, no ansías poder, tampoco dinero, no quieres ayuda… ¿Qué buscas en la cámara de Angus?
-Venganza.

Ella se sorprendió, podría esperar cualquier respuesta de Rhosen excepto esa. En los dos años que hacía que le conocía y trabajaba para él, jamás pareció que sintiera algo así. Se mordió el labio inferior y deseó que aquella mente fuese como todas las demás y poder saber todo lo que pasaba por ella, pero era imposible, tal vez era por su increíble poder, capaz de hacerle ser el único portador de la magia de los cuatro elementos, o quizás era por algún otro don, el caso era que su mente parecía protegida por una coraza infranqueable. Se sentó en una silla junto a él, acercándose despacio, le miró a los ojos, y de repente los encontró llenos de ira. Sus finos labios se habían convertido en una línea dura. Tomó sus manos, cálidas y ásperas. Se mantuvieron en silencio unos instantes.

-¿Venganza? -preguntó al fin, intrigada. 
-No es una historia que te incumba.
-Rhosen… en estos años, cuando me has pedido algo jamás te he fallado. Creo que merezco saberlo.

Él tomó una bocanada de aire, lo mantuvo un momento en sus pulmones, mirando a la nada, y exhaló despacio cerrando los ojos, parecía que no estaba dispuesto a hablar, que trataba de evitar dar una respuesta, al menos, todo el tiempo posible.  Volvió a abrir los ojos y observó la superficie de la astillada mesa de madera. Luego, miró a Layla de reojo, sin sentirse completamente seguro de querer explicarlo. Era realmente bella, su larga melena castaña caía en bucles alrededor de su cara, y el suave aroma a sándalo que desprendía le resultaba embriagador. Clavó su mirada en los ojos de ella, hasta ahora no se había dado cuenta de que eran de un hermoso color ámbar, que con el brillo de la luz se veían casi amarillos. Sí, parecía preocupada de verdad. Ya sabía demasiadas cosas, una más tampoco sería un problema.

-Dentro se encuentra un objeto único. -Dijo al fin.
-El tesoro de Angus consta de muchos objetos únicos. Por eso es tan especial y deseado. ¿Puedes ser más preciso?
-La espada de Yrinn. El único objeto mortal capaz de matar a un demonio, el único objeto con el que puedes cortar su esencia y hacerle desaparecer de todos los planos, para siempre… definitivamente.

Ella soltó sus manos de golpe, aterrada, y llevó las suyas contra su pecho mientras se alejaba de él todo lo que le permitía la distancia entre las pesadas sillas donde se encontraban sentados.

-La terrible espada de Yrinn.
-Sí… -él notó el horror en la mirada de la mujer- espera… ¿Has pensado por un instante que podría usar ese arma contra ti?
-Yo… el portador de Yrinn es por naturaleza enemigo de los demonios. Debes pensar muy bien si realmente deseas utilizar eso… -ella se estremeció y su voz se entrecortó- Rhosen… e… esa espada posee mucho poder, y también mucho odio. Puede destruirte…
-Conozco las consecuencias.
-No deberías exponer así tu vida.
-Entiendo que eres un demonio y te da miedo que la espada tenga después de tantos siglos un portador, pero… pese a que no me gustan mucho tus formas, eres una asesina eficaz, no tengo la necesidad de utilizar esa espada contra ti.
-A no ser que deje de serte útil. 
-No es tanto el desprecio que siento por ti, Layla.
-Bien -ella se levantó ofendida- "no es tanto"… bien, me parece muy bien… ¿Sabes? Si así lo quisiera, esta misma noche podría acabar contigo, y no te darías ni cuenta. No dejaría de ti un trozo lo suficientemente grande como para que alguien supusiera que esos cachos de carne son de un maldito ser humano.

Él no dio importancia a las palabras de Layla, tomó la jarra y se dispuso a continuar bebiendo, ella, llena de rabia, le dio un manotazo y la estrelló contra la pared. La tabernera les observó asustada, sabía perfectamente quién era esa "mujer", y no quería enfrentarse a un demonio, aprovechó que solo estaban ellos dos en su local y se escondió en la bodega. Rhosen arrastró hacia atrás la silla empujando con los talones contra el suelo, sin levantarse, cruzó los brazos sobre su pecho y la observó por unos instantes, inexpresivo.

-¿Quieres que lo haga, Rhosen?
-No eres tan poderosa, -dijo él tratando de contener una risa nerviosa- y yo soy muy poderoso. No me das miedo.
-¿Te burlas de mí? No importa que domines la magia elemental a tu antojo, no dejas de ser un simple ser humano…
-Y con la espada de Yrinn en mi poder tú no dejas de ser un simple demonio de tres al cuarto.
-Aún no la tienes, más te vale no tentarme demasiado, o esa será la última comida de la que disfrutes…

Él volvió la mirada al panecillo de miel, lo cogió y le dio un bocado, lo saboreó lentamente, tratando de provocar la ira de Layla, que apretó los puños y murmuró varias palabras mal sonantes. Dejó el dulce en el plato y se lamió los dedos que habían quedado pringados de miel, sin dejar de mirar aquellos ojos de ámbar. Entonces, ella desapareció y quedó en su lugar una niebla negra. Tuvo tan sólo un segundo para sentirse desorientado, antes de poder siquiera buscarla con la mirada, notó como ella, que reapareció detrás de él, agarraba con ferocidad el pelo de su coronilla y tiraba de su cabeza hacia atrás, mientras que con la mano derecha le puso una daga bien afilada presionando firmemente su garganta.

-Puedo matarte en menos de un segundo, no te daría tiempo de invocar ni a la tierra de tus zapatos. 
-Podemos intentarlo. -Susurró él mientras pensaba en un hechizo de tierra que actuase rápido. Ella no podía leer su mente, y no todos los hechizos que conocía necesitaban ser invocados en voz alta, sólo un poco de concentración.
-No vas a intentar nada, estoy viendo como se agita la suciedad del suelo. No lo intentes, Rhosen.

Él notó un ligero dolor y la calidez de un hilo de sangre correr por su cuello.

-Layla, por favor -levantó las manos en un gesto pacífico- ¿Crees que tu hermano estaría a favor de esto? Soy muy valioso para él, y reconozco que él sí es un problema, tanto para ti como para mí.
-Estoy totalmente en contra de que busques a Yrinn.

Ella suspiró, estaba enfadada, pero tampoco tenía intención de matarle, y menos aún si eso significaba enfrentarse a su hermano. Sólo de pensar en ello un escalofrío le recorrió la espalda. Soltó su cabello y se sentó de nuevo junto a él. Apoyó los codos sobre la mesa y la cabeza entre las manos, con los dedos se dio un masaje en las sienes. Se quedó un rato así, pensativa, y él acabó su merienda, al fin. Sabía que no importaba lo que dijera, él iría a buscar aquella espada maldita, era cierto que no podía leer su mente, pero pudo sentir su convicción.

Dejarle hacer eso era casi como dejarle una navaja alguien sabiendo que su mayor deseo es cortarse las venas. Nadie podía portar a Yrinn sin pagar un alto precio. Debía encontrar la forma de hacerle entrar en razón.
Rhosen se levantó a buscar a la posadera y pidió dos jarras de vino dulce, pero al darse la vuelta, ella se había marchado, lo cual no le hacía sentirse especialmente aliviado.

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